Talavera y el madridismo se abrazan en la memoria de Javier Dorado en una noche eterna de Copa

El Prado respiraba historia y emoción anoche. Antes de que comenzara el partido de dieciseisavos de final de la Copa del Rey entre el Real Madrid y el Talavera, todo giraba en torno a Javier Dorado. La ciudad, su familia y dos clubes unidos por su figura vivieron un homenaje que no dejó a nadie indiferente. Cuando los jugadores formaron el pasillo, Mercedes, su esposa, y sus tres hijos, Javier, Miguel y Nico, caminaron entre aplausos que se mezclaban con lágrimas contenidas. Hicieron el saque de honor y, por unos segundos, el fútbol dejó de ser solo fútbol. Era recuerdo, era cariño, era la presencia de alguien que no está pero que sigue marcando la vida de todos los que lo conocieron. Javier Dorado, que falleció el pasado 27 de febrero a los 48 años tras una lucha contra la leucemia, fue canterano del Real Madrid y jugador del primer equipo entre 1999 y 2000. Pocos lo recuerdan por sus partidos oficiales solo ocho, pero quienes lo conocieron saben de su calidad y de su entrega. Para Talavera, sin embargo, su figura es incombustible: hijo de la ciudad, referente en el fútbol local, protagonista de una familia que respira balones y emociones. José Antonio Dorado, su hermano y expresidente del Talavera, fue uno de los que más sufrió y disfrutó a la vez del homenaje. “Hoy no vamos a poder hablar para felicitarte… pero espero que estés bien… aquí regular, prefiero no pararme a pensarlo… sé que no te gustan los ciscos, pero hoy toca celebrar tu cumpleaños en Talavera”, escribió en sus redes sociales, con la honestidad de quien habla desde el corazón.

El partido arrancó, pero lo deportivo pasó a un segundo plano. La gente aplaudía a cada gesto de la familia Dorado, los jugadores respetaban la emoción del momento, y el estadio se convirtió en un lugar de memoria viva. Por unos minutos, Talavera y el Real Madrid compartieron algo más que un campo: compartieron historia, recuerdo y cariño. Al final, cuando el balón empezó a rodar de verdad, la presencia de Javier Dorado seguía flotando sobre El Prado. Y aunque los focos iluminaban la Copa del Rey, la noche ya estaba marcada por algo más grande: un homenaje humano, sincero y eterno a un futbolista que sigue viviendo en la memoria de su gente.